lunes, 26 de mayo de 2008

Senda hacia la nada (7)

Estaba pensando cómo cogería la piedra del fondo del pozo, asomado al brocal, intentando escrutar sus, para mi vista, inalcanzables aguas, cuando la soledad de la plaza al mediodía se vió rota por la niña sonámbula. Apareció por el mismo camino por donde yo la había seguido el día anterior y caminaba recta hacia mí, los ojos desvahídos y su gesto petrificado. Se detuvo ante mí y abrió su mano hasta ese momento cerrada: una piedra ambarina exacta a la que el niño había dejado caer al pozo empezó a destellar bajo la luz vertical de un sol más ocre que nunca. Instintivamente la tomé y la guardé en mi bolsa; coloqué mi mano sobre su cabeza, para acariciarsela en señal de agradecimento. Estaba fría y noté un cosquilleo extraño al tacto ; ella me miraba fijamente sin verme, con unos ojos abiertos y faltos de vida...y al acariciarla, esos ojos dejaron caer una lágrima.

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