domingo, 29 de junio de 2008

Senda hacia la nada (12)

Al ver cómo la oscuridad de la noche penetraba en mi cuerpo, un intenso escalofrío recorrío mi espalda diluyéndose en mi mandíbula, produciéndome un hormigueo en la piel de la cara que hacía que los pelos de mi escasa barba se erizasen como limaduras de metal atraídas por un potente imán. Creí que sólo el viento había sido testigo de la escena; sin embargo, al dirigir la mirada hacia un extremo de la calle, ví que no estaba solo: una bella mujer, sonriendo, me observaba, rectilínea como una diosa mitológica. Quise decir algo, pero ella se anticipó:
- he visto cómo la oscuridad de la noche ha empapado tu ser, pero no temas. Sé cuáles son tus angustias y comprendo tu desconcierto ante este, para los puros como tú, intrincado mundo. Toma mi mano, te acompañaré durante un tramo del camino... si no te importa.
Su largo pelo, negro y brillante, se movía suavemente sobre unos delicados hombros, en un atractivo contraste con su blanca piel, tan blanca, que parecía que nunca había visto el sol. Le tendí mi mano en un acto reflejo, casi sin darme cuenta. Su carne estaba fría, incluso más fría que la mía después de haber sido atravesada por la oscuridad. Por fin pude hablar:
- no sé por qué, tengo la impresión de haberte visto antes en otro lugar, pero no logro acordarme.
- nosotros nos conocemos de un tiempo en que aún no eramos quienes ahora somos.
Se quedó mirándome, sus ojos de un negro intenso y profundo, su sonrisa indescriptiblemente dulce, casi narcótica... la vibración era demasiado fuerte para contenerse.
Nos abrazamos, nos besamos, nos acariciamos. Su olor era fresco y delicado, como el de un jardín al amanecer.
- si te busqué, era porque sabía que existías, aunque jamás confié en poder encontrarte.
- seré tu compañera mientras me aceptes e intentaré cuidarte en la medida de mis posibilidades: no olvides que ya hemos vivido gran parte de nuetras vidas de modo diferente antes de encontrarnos.
- presiento que mi espíritu estará siempre con el tuyo. Quizás lo estuvo siempre, desde un antes intemporal. Me has tendido la mano justo en el preciso momento en que lo necesité.
- ya te dije que nos conocíamos de otra vida, de otro tiempo, de otra dimensión. No podía permitir que la oscuridad invadiese tu alma.
Por un momento vinieron a mi memoria las enseñanzas recibidas en el templo sobre los conceptos de ternura y cariño; quizás, si no me hubiese detenido en la ciudad, nunca los habría experimentado y sólo serían precisamente eso: conceptos. Y también pensé que ahora, casi con toda seguridad, tendríamos que defender nuestros corazones de los asaltos de los ladrones.
Con el horizonte de fondo anunciando la inminente salida del sol, ella volvió a sonreirme y, tras darme lo que presentí sería un último beso, habló:
-tengo que irme, mi puesto en la fábrica me espera y no puedo faltar.
-¿trabajas en una fábrica?
-sí, pero no debo decirte nada más acerca de ello, ni tampoco debes preguntarme nunca. Tengo que dejarte.
Sentí cómo sus pasos se alejaban, al tiempo que las primeras luces del alba dibujaban la silueta de la ciudad, aún desperezándose.