lunes, 9 de junio de 2008

Senda hacia la nada (9)

Sorteando seres quiméricos, pude alcanzar el otro lado de la plaza y plantarme ante la puerta de mi recién adquirida casa. La llave que el gobernador sacó del cofrecillo y que serviría a mis propósitos no tenía nada de especial y bien podría ser una llave cualquiera que abriese cualquier puerta.
A pesar de haber pasado mucho tiempo desde la última vez que se abrió, la cerradura giró dócilmente y el portón se abrió con un leve empujón, no sin dejar escapar una protesta de las bisagras, entumecidas por el orín del tiempo.
Ante mí apareció un patio, alrededor del cual se encontraban las diferentes estancias de la vivienda en dos pisos superpuestos. La desde hacía no sé cuánto descuidada vegetación se había enseñoreado del lugar, dándole el aspecto de una pequeña y anárquica jungla artificial donde bunganvillas y enrededaderas habían trepado por doquier hasta formar un entramado a modo de techumbre que dotaba al lugar de una densa umbría, atravesada por algunos menudísimos rayos de luz que hacían que todo el conjunto resultase aún más irreal a la vista.
Esquivando arbustos y apartando ramas, alcancé el hueco de la escalera que conducía al piso superior. Y al llegar al primer rellano encontré un gran cuadro colgado de la pared, polvoriento y con el lienzo algo cuarteado por el envejecimiento, que parecía representar a un matrimonio, quizás a los antiguos dueños, el gobernador y su esposa...
Busqué algo con qué alumbrarme: algunos candelabros tenían aún viejas velas a medio quemar, así que tomé una y la encendí, dirigiendo la luz hacia arriba con la intención de inspeccionar la pìntura. La luz de la vela fue destapando las imágenes a medida que mi mano ascendía en el aire. Entonces ví sus rostros. El hombre era mi padre y a su lado una mujer vestida de negro, igual a la que ví en la escalinata dorada, miraba desafiante al frente, clavando su mirada en la del espectador: era mi madre.

Sentado en el rellano, intentaba recordar el período de mi vida antes de pasar por el templo de cristal. Yo nunca había vivido es esta casa, nunca había estado antes en la ciudad sin nombre. Mientras miraba absorto y pensativo cómo la tenue llama de la vela se extinguía, quise llorar, pero ni siquiera conseguí humedecer mis ojos.