jueves, 5 de junio de 2008

Una voz desde el desierto

Tawn´s

La calle que marca las lindes entre los territorios de Virginia Point y los del Jardín estaba muy animada a esa hora de la tarde. En realidad es una frontera artificial, surgida por pura convención y fácilmente traspasable; nunca hubo vigilancia ni controles de entrada o salida y su existencia es sólamente testimonial, un recuerdo de antiguos tiempos en los que extrañas gentes venidas de berbería decidieron elevar murallas para aislar el Jardín, previamente arrebatado por la fuerza a sus primitivos dueños. Entonces Virginia Point no existía como tal: era sólo un descampado extramuros, de tierra caliza blancuzca (albariza) donde en cierto momento estuvo el osario del Jardín.
El balconcillo de Tawn´s - estratégico enclave en la confluencia de caminos que comunican ambos territorios - es un observatorio perfecto para, sentado alrededor de un café o de una copa de vino, distraer al tiempo dejando que éste pase al ritmo que marca el andar de los viandantes. Este punto fronterizo, en un acto de soberbia recalcitrante, se tomó la libertad de dictar unas leyes autónomas y restringir el paso libre de personas - no así el de otros especímenes de dudosa catadura y difícil clasificación taxonómica - rompiendo con la tradicional (auténtica) tolerancia de las gentes del lugar.
Yo caminaba absorto, sin poder apartar la mirada de la mujer de pelo negro y sonrisa agradablemente embacaudora que había decidido visitarme para coger mi mano al menos durante un tramo, corto pero intenso, del camino. La voz del anacoreta, habitante del desierto aledaño al oeste del Jardín, sonó a mis espaldas:
-¿dónde vas por ahí?
- estamos paseando por las lindes y no nos sentamos contigo porque continúo en el exilio de esta pequeña tiranía.

- algún día tendrás que volver.
- sí, ¡¡¡con el jardinero a las siete de la mañana y los dos ciegos!!!

El anacoreta sonrió ante mis palabras y por un instante analizó visualmente a mi hermosa acompañante. Su voz me sonó no como si estuviera a mi lado, sino como si hubiese llegado a mis oídos tras atravesar dunas de arena y áridos pedregales, como si desde su particular desierto me hubiese lanzado un sabio consejo, no exento de buen humor:

- hasta luego Virginiano... y ten cuidado con las mujeres.
- y con el jamón, Paco. Y con el jamón.