martes, 20 de mayo de 2008

Senda hacia la nada ( 4 )

Dejé atrás la posada sin poder hablar con el posadero acerca de los dibujos que me había mostrado la noche anterior. Esta mañana, antes de salir, lo he buscado por todas partes para pagarle la estancia pero desde que anoche me dejó a solas, no ha vuelto a aparecer; tampoco hay rastro de los pergaminos y si no fuese porque en el poyete de la chimenea, junto a la mesa, está el plato con los restos de mi cena y encima de la mesa la cuerdecilla que aguantaba enrrollados los pergaminos, diría que lo he soñado todo... Recuerdo que estuve varias horas examinando los dibujos uno por uno, buscando cualquier detalle que me desvelase algo más sobre su origen o su significado, así que descansé poco. Además, al desaparecer el posadero, tuve que buscar la habitación por mí mismo y descubrí que era yo el único inquilino, pero misteriosamente, en las habitaciones vacías había indicios y objetos que hacían pensar que sus ocupantes las habían abandonado súbitamente, a la carrera, sin darles tiempo a recoger las cosas; que se habían esfumado igual que el posadero lo hizo sin que mediara tiempo para yo poder advertirlo.
Con estas dudas en mi mente regresé a la senda, colina abajo. Un cierto rocío cubría el paisaje grisáceo y mortecino de los alrededores de la posada y al evaporarse con el sol de la mañana, subía por mis tobillos hasta mi espalda produciéndome desagradables escalofríos, lo que mezclado con el desasosiego que me causaba lo ocurrido la noche anterior, me incitaba a aligerar mi marcha para llegar lo antes posible a una ciudad de la que me habían hablado antes de salir del Templo de Cristal. Y el nombre de esta ciudad es innombrable, porque sus habitantes lo mantienen oculto para confundir a los caminantes pues se dice que aquellos poseen los secretos de la ciencia para construir máquinas que hacen el trabajo de 100 hombres y armas que exterminan a los ejércitos con solo dirigirlas hacia ellos sin que la vista sea capaz de apreciar proyectil alguno, y que no desean que estos secretos caigan en manos de extraños porque podrían usarlos para atacarles a ellos mismos y saquear la ciudad.
En el Templo de Cristal me advirtieron que si decidía desviarme hasta allí y como quizás habría de quedarme durante un tiempo imprevisible, adquiriese una casa con dos puertas: una que diese a la plaza donde está el edificio de la bolsa, el lugar en el que los cambistas especulan con los tesoros arrancados del corazón de los enamorados; otra, a la calle desierta por donde sólo el viento y la noche son capaces de pasar sin estremecerse.
También se me advirtió de guardarme de los cobardes, de los ignorantes, de los envidiosos y los mentirosos pero especialmente de aquellos ladrones que trabajan para los cambistas y que se llevan el oro puro y las piedras preciosas de los corazones sensibles para que sus jefes hagan negocio con ellos. Y sobre todo se me recalcó que no perdiese demasiado tiempo discutiendo con los mercaderes y comerciantes acerca de la vida, si es bella o no; si tiene algún sentido o es todo un espejismo, una jugada burlona de los dioses...
...
En el fondo del valle, a orillas del lago de aguas negras y densas se divisaba la ciudad de nombre impronunciable, tenuemente iluminada por la luz de las primeras hogueras del crepúsculo, esperando callada y paciente para devorar a todo aquél que osase atravesar sus umbrales.