domingo, 18 de mayo de 2008

Senda hacia la nada ( 2)

Desde el Océano, por poniente, venía un viento húmedo que hacía que el día soleado se volviera desapacible. La senda amarillenta y solitaria parecía no tener fin, perdiéndose en la perspectiva del paisaje, confundiéndose con él. De vez en cuando el sol y las nubes jugaban al escondite produciendo un desagradable y molesto efecto lumínico para los ojos y las cosas vistas a contraluz se volvían borrosas y de dudosas dimensiones, lo que me obligaba a poner mi mano en mi frente, la visera más antigua del mundo.
Al salir de un desnivel del camino, apareció ante mí un edificio grande y macizo, pétreo y no exento de un aire algo decadente y anacrónico, como encerrado en una dimensión anterior del tiempo. Me acerqué sin cambiar el paso cuando las puertas se abrieron y por ellas salió una anciana encorvada y de dificultoso caminar con un jarro grande entre las manos. Instintivamente me dirigí hacia ella para ayudarle a aliviar su carga pero antes de poder decirle nada se detuvo y me tendió el jarro, haciéndome un ademán que imitaba el acto de beber. Lo cogí con cuidado y la miré antes de hacerlo; ella insistió en sus mudas indicaciones, sin hablar, para que bebiese. Así lo hice. Repetí la operación hasta casi acabar el contenido y con una inclinación en gesto de agradecimiento, le devolví el jarro. Lo tomó, lo depositó en el suelo y no dijo nada. Yo me quedé un momento observando el edificio que, visto detrás de la anciana, hacía que ésta pareciese aún más encogida y encorvada de lo que era.
Volví a inclinarme como despedida y comencé a caminar para entrar de nuevo en la senda. Ella se quedó en el mismo sitio, mirando cómo me alejaba. Su silueta se fue haciendo cada vez más difícil de distinguir, tragada por el ya bulto obscuro del edificio.
Pensé que la anciana debía vivir por allí desde hacía mucho y que habría podido decirme algo acerca de las dos mujeres de la escalinata dorada, que quizás las conociera. Pero me dí cuenta que había hecho lo correcto al no preguntarle y aceptar el líquido tonificante y refrescante para poder terminar pronto esta etapa. Ella había salido a mi encuentro precisamente para eso y no para otra cosa.

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