El jefe de los cambistas era también el gobernador de la ciudad. Nunca recibía a nadie sin previa cita, sin embargo a mí me estaba esperando sin haberla concertado. Era un hombre gordo, macilento y con aspecto de haberse enriquecido en poco tiempo pues lo lujoso de sus ropajes y la profusa y cargada decoración de la estancia entraban en chocante discordancia con lo poco noble de su porte.
Con un gesto me invitó a sentarme:
-sé que vienes a verme para comprar la casa que se ve ahí enfrente.
-en efecto.
-¿sabes cuál es su precio?
-creo traer lo suficiente en mi bolsa: estas son piedras preciosas del templo de cristal.
-sé que eres el último iniciado que emprendió el camino, pero aquí esas piedras no tienen valor alguno; sólo aceptamos aquellos tesoros que provienen de los corazones puros de los enamorados.
-lo siento, no soy ladrón de dichos tesoros.
-entonces te irás por donde has venido, estoy muy ocupado. Y no vuelvas a menos que consigas la moneda requerida.
Salí pensando que no podría adquirir la casa deseada y que por tanto tendría que abandonar la ciudad antes de tiempo ante la imposibilidad de obtener el tesoro necesario, pues aunque pudiese hacerlo, un iniciado no debe hacer uso de sus conocimientos para despojar a las almas de su esencia. Antes de irme entraría en la hostería para comer un poco y reponer fuerzas para el viaje.
A esa hora las mesas estaban llenas. Los comerciantes, mercaderes, cambistas y ladrones de corazones cerraban su tratos con un almuerzo o ante una jarra de vino. Pude sentarme en una mesa algo apartada del bullicio, afortunadamente vacía.
Fue cuando de nuevo apareció el borracho que encontré en la plaza del pozo:
-no hay sitio libre en ninguna mesa ¿puedo compartir la tuya?
-toma asiento si lo deseas, pero esta vez no compartiré tu vino .
-sólo quiero que sepas algo de lo que ya te advertí la primera vez. La casa que quieres comprar perteneció a un antiguo gobernador de la ciudad. Era un hombre casado, pero quiso el destino que se enamorase locamente de otra mujer y que se hicieran amantes. Cuando su esposa lo descubrió, aguardó a que estuviese dormido, le arrancó el tesoro del corazón y lo ocultó. El hombre enloqueció de tristeza y ahogó a su esposa en un estanque para, acto seguido, suicidarse. Su amante murió a los pocos días de dar a luz a una niña que nació sonámbula. La piedra ambarina que yace en el fondo ignoto del pozo es el tesoro del corazón del gobernador: es el precio de la que fue su casa. Y no cuentes esto a nadie porque aunque yo he visto la escena de la plaza del pozo igual que tú la has visto, los demás no pueden hacerlo y si lo contases nadie te creería o te tomarían por loco.
-he cambiado de opinión: compartiré tu vino, desconocido amigo.
EL TEDIO
Hace 6 años
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